Suenan vientos de cambio...

lunes, 14 de febrero de 2011

De la pitanza y el vinazo

Cuando concebí este relato no fue exactamente como ahora lo expongo. Después de una conversación telefónica con mi amigo José Luis López me vi obligado, y digo obligado porque reconozco que me gustó más el desarrollo y la acción de los protagonistas que la mía propia, a introducir algunos cambios sin variar, eso sí, la idea original.

Después de fumar algún que otro cigarrillo en la ventana y pasear haciendo un monólogo constante entre yo y yo mismo, convine en llamar a este relato, cuento o como ustedes deseen denominarlo:





A FUEGO LENTO

Introduje el compacto en el reproductor y Conner Reeves inundó la estancia con su ‘’The first time i ever saw your face’’.

Tenia casi todo a punto; “las ocho”, me dije mentalmente mientras miraba el reloj y me colocaba las gafas en una región más optima de la nariz, donde ambas se sentirían mejor.

Coloqué dos candelabros Alejandrinos, cada uno en un extremo de la mesa, sobre la blancura del mantel; previamente mantuve una encarnizada batalla en la elección de las velas que actuarían de faro en tan blanco mar, decantándome al final por las de esencia de melocotón.







El prefacio, como en los buenos libros, véase cualquiera de Borges, fue directo, corto y conciso:

Un Brisa ligeramente adulterado con algo más de Marnier que de costumbre y unas ostras al mar hicieron las presentaciones.

Sobre el mar gelatinoso de la bandeja se dejaban mecer con una sutil suavidad dos húmedas ostras, como mi alma se mecía en su mirada, acentuando esta grata sensación la nata montada a modo de espuma de mar, la misma que encontraba yo en los suaves destellos almibarados de sus ojos.







Era hermosa a rabiar y arrobaba en mi persona no sólo con su cuerpo sino con su discurso calmo y meloso que no cabe duda captaba la atención de cualquiera. De ademanes perfectos como trazando fuegos artificiales con las manos, manos de niña, manos buenas y amables.

Por ser agosto de rigurosos e implacables calores opte por entreabrir las ventanas colándose así sin permiso alguno un ligero airecillo que aunque subido de grados nos erizo parcialmente el vello.

Esto no fue impedimento para que sintiéramos en nuestros labios el agradable granizado de gazpacho con jugo de pepino verde, sensación que calmarían unas vieiras con higos, puré de aceitunas y una sopa fría del Líbano privada esta ultima del yogur pues no era del agrado de mi bella acompañante.







Las tartaletas de gambas con habitas y unas bolitas de queso endiablado abrieron camino magistralmente a un Raimat del 98 rosado. El color a frambuesa vivaz se mezclaba con su silueta a través de la copa desfigurándola a capricho del brebaje, como si hubiese retrocedido en el tiempo y me encontrara viendo una de esas primeras películas en color y en cinemascope dónde los colores no dejan adivinar a los actores.







El torrente de su cuerpo se magnificaba por momentos elevando la temperatura de la sala, haciendo de este modo que brotara la chispa del más calcinador de los incendios. Esa chispa que nace en los intestinos y repta lentamente hacia la garganta impidiendo articular palabra alguna pues entre cuerpo y mente deja de actuar la concordancia plena, abocándote sin remisión a caer en el ridículo más espantoso.







Entre risas y algún comentario digno del mejor guión cinematográfico buscamos la mar en unas almejas al estilo vista alegre, mejillones fritos con albahaca y unas cigalas al estragón con salsa de menta, los últimos sorbos de un Valdeamor blanco del 98 dieron paso a unas cocochas de merluza al chocolate amargo en el cual reconocí su pelo destelleante descansando en el mullido respaldo de la silla.







Todo era perfecto bastaba con admirar el brillo de sus almendrados ojos y los sensuales movimientos de sus labios para adivinar sus sensaciones.

Unos huevos de codorniz y gambas sobre puerros gratinados cumplieron correctamente el objetivo de conducirnos a paladear una babilla de ternera a la miel, miel intensa, aterciopelada, confortable como el iris de sus ojos, a la que hizo los honores el intenso color rubí de un Dehesa de los canónigos del 94.







La dulzura del momento fue amortiguada con una exquisita mousse de menta granizada y unos crepés de naranja adornados con nata normanda, el Pedro Ximénez del 27 hizo aumentar mágicamente la melosidad en sus labios que para mi fortuna se ofrecían temblorosos, con recato, en la búsqueda de una caricia de la misma naturaleza.

Pudiendo asegurarles que tan sugerente pregunta obtuvo respuesta.

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Bienvenido al mundo de Chiflerio Castro, ladrón y pintor a su disposición.